Según Charles Taylor la cuestión del multiculturalismo tal como hoy se debate tiene que ver con la imposición de unas culturas sobre otras.¨Así, sólo las culturas minoritarias o suprimidas son constreñidas a asumir una forma que les es ajena ¨, convirtiéndose en una sociedad sumamente discriminatoria.Y coincide con lo que Gadamer llama Fusión de horizontes , el que nos proporciona un horizonte más vasto y ayuda a transformar nuestras normas.(18). Aunque es preciso admitir que aún nos encontramos muy lejos de ese horizonte único.
Seyla Benhabib sostiene que la teoría moral contemporanea considera las concepciones de el Otro generalizado y el Otro concreto como incompatibles. Considera que ¨Todo acto de autorreferencia expresa simultaneamente la unicidad y diferencia del self así como lo que de común hay entre selves.Los discursos sobre las necesidades y motivos se despliegan en este espacio creado por lo común y lo único, la socialización compartida de un modo general y la contingencia de las historias individuales¨. Y argumenta que, en el caso concreto de las mujeres ¨se hace necesario develar el poder de los símbolos,mitos y fantasías que atrapan a ambos sexos en el mundo incuestionado de los roles de género¨ (19). Y no sólo exigir emancipación política, sino también.
El hecho de que, todavía, esta cultura siga teorizando, como hace quinientos años, sobre si el otro está en condiciones de dialogar ( durante la colonización preguntándose si tenían un alma; hoy, si poseen la razón suficiente) nos acerca a la desilusión. Nos sentimos tentadas de adherir al penamiento de Benjamin, cuando mantiene que la especie es lo que ha progresado, no la humanidad. Ahora bien, esta posición podría ser, como se dijo al principio, una nueva tentación del pacto - el social y el diabólico (el social y/o diabólico)- al que aduce Todorov , en El Jardín Imperfecto : un recurso más para que terminemos aceptando o plegándonos a su discurso.Es mejor intentar desentrañar, en el caso nos ocupa, qué puede haber de tan seductor, peligroso o verdadero, en el canto de las Sirenas, para que los hombres sigan taponándose los oídos, o sujetándose con cuerdas irrompibles para tener el (solitario) privilegio de escuchar sus voces y no ceder a sus argumentos.